El negocio del cine, en manos de los internautas

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El negocio del cine, en manos de los internautas

En esas jornadas formativas de las que hablábamos el otro día por aquí, uno de los participantes resumía con una frase el cambio de escenario que las nuevas tecnologías habían traído bajo su brazo al terreno de la empresa. “Los mercados son conversaciones”, venía a decir para explicar que los tiempos de los mensajes unidireccionales, del marketing entendido como el autobombo que cada compañía aplicaba más o menos con las mismas fórmulas, habían dejado de tener sentido. Y esto es así, en buena medida, por el cada vez mayor margen de maniobra que el ciudadano de a pie encuentra para interactuar con las empresas, rebatir sus argumentos, amplificar sus acciones o influir en el comportamiento de un elevado número de potenciales clientes.

Un ejemplo de esto se encuentra en las redes sociales como Facebook o Twitter, donde cada día millones de usuarios comentan sus impresiones acerca de todo cuanto les pasa por la cabeza. Por supuesto, también del último producto que han comprado y no ha alcanzado sus expectativas o ese nuevo comercio que acaba de abrir sus puertas y en el que el puedes encontrar de todo a un precio excelente. En la Red, cada internauta se convierte en un líder de opinión de los contactos que tiene asociados en su red o de los visitantes que se dejan caer en su blog.

Mientras el ponente explicaba todo esto pensaba en cómo la industria cinematográfica ha comprobado todo esto en primera persona. El tiempo de vida en las carteleras de una película ha sufrido una caída dramática en los últimos años. No hay que remontarse a la prehistoria para encontrar títulos que resistían sin demasiados problemas semanas, meses y hasta años en la misma sala. Un goteo incesante de espectadores mantenía a salvo las producciones, que se veían beneficiadas de un boca-oreja de reducidas dimensiones que ahora, en Internet, se ha multiplicado hasta el infinito.

Antes veía una película, me gustaba (o no) y se la recomendaba (o no) a mi círculo de contactos más cercano. Alguno me haría caso e iría a comprobar por sí mismo si la cinta merecía la pena o desistiría de gastar el precio de la entrada.

Ahora, en páginas como Filmaffinity.com una legión de críticos no profesionales analizan los últimos estrenos para una audiencia global. Un consenso en clave negativa hacia una determinada película se convierte en el peor de los augurios para su carrera comercial, en especial en el medio y largo plazo. Ni la más agresiva de las campañas publicitarias podrá rescatar de la quema un título que no goza del favor en la Red.

La industria, en especial Hollywood, ha entendido perfectamente este cambio en las reglas de juego y ha modificado su estrategia de la única manera posible: si la película no gusta y a partir de la segunda semana la taquilla cae en picado, la solución es arrastrar a los cines a la mayor cantidad posible de espectadores los primeros días de exhibición. Y así funciona ahora el cine, a golpe de sonados estrenos y multimillonarias promociones que resisten unos pocos días y dan paso a la siguiente apuesta del estudio. Excepciones a la regla siempre existirán, y ahí está el Avatar de James Cameron, por ejemplo, que ha conseguido prolongar sus extraordinarios resultados en taquilla desde su estreno en el pasado mes de diciembre. Pero esto es lo raro.

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