El futuro del 3D, a juego

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El futuro del 3D, a juego

Vivimos en un siglo en el que las tecnologías evolucionan con una rapidez tan asombrosa que cabe aplicar en este ámbito la noción de las modas. Frecuentemente asociado al mundo de la confección y las firmas de ropa, la moda como tal es un concepto de algo fugaz y pasajero de un bien o un servicio que antes fue lo innovador, lo moderno, lo que todo el mundo debía tener, debía hacer o ante lo que se debía postrar. Esta idea del mercado se aplica cada vez a más campos del consumo: automóviles, literatura y best-sellers, tecnología…
Precisamente el campo de la tecnología experimenta siempre un mismo arco continuo con la aparición de una nueva innovación para el cliente potencial final. De una primera fase de asombro y curiosidad mezclada con cierta perspicacia se pasa a un entusiasmo generalizado que se extiende más rápido que el virus más letal descubierto hasta la fecha.
A día de hoy el cine en tres dimensiones se encuentra en esta etapa de delirio apoteósico por las innegables contribuciones tecnológicas que ha aportado al mundo del séptimo arte, pero no nos confiemos. Como todo producto que evoluciona de un momento emergente a uno de crecimiento, para terminar en madurez y posterior declive; los días del 3D están contados. La rueda de las nuevas tecnologías avanza implacable, y en este momento se está invirtiendo en mejores y más espectaculares avances como el cine inmersivo o fulldome. Esta semana en Culturatic analizamos las causas principales que pueden propiciar un declive temprano del cine en 3D.
La relación calidad-precio

Entre todos los consumidores entrevistados para este artículo las respuestas son unánimes: el cine 3D es demasiado caro para lo que aporta. Es el caso de Belén Sastre (26 años, estudiante de Grado en Lengua y Literatura en la UNED): “No pienso que las películas ganen con el 3D, simplemente es una forma distinta de ver una película”. Leticia Aguado (23 años, estudiante de Periodismo en la Universidad de Valladolid) trata de establecer las causas: “Me parece que el 3D intenta dar más grandiosidad a las escenas de acción, dejando de lado el argumento”, y afirma que para ella muchas veces “las gafas son un engorro”. Por su parte, Sastre advierte que la primera fase del ciclo de asimilación de las nuevas tecnologías ha terminado, y que ahora los usuarios están en otro nivel: “La novedad ha hecho subir la taquilla, pero se desinfla por momentos”.
A ninguna de las dos entrevistadas les convence los motivos del uso del 3D en determinadas películas: “No pienso que las películas ganen con el 3D, simplemente es una forma distinta de ver una película y que tiene demasiados fallos durante la proyección. Prefiero ver una película en buena calidad que una con errores y encima pagando más”, se queja Sastre. Aguado mantiene la misma línea: “No me ha aportado gran cosa el 3D, se ven un par de escenas donde realmente se notan las tres dimensiones, pero no acaba de aportar gran cosa. No me motiva tener que pagar más para tan poco cambio”.
De la misma opinión es el escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo opina que el cine 3D “es una curiosidad. Resulta atractivo, llama la atención…”, pero a la larga no le convence para ciertas películas que utilizan los efectos para contar la historia, en vez de hacerlo al revés: “Es un truco como de matraca de feria. ‘Avatar’ no es que esté mal, pero me parece un poco flojita”.
Hemos hablado también con el púgil al otro lado del ring. Paco de la Fuente, director de los cines Roxy y Mantería (Valladolid), explica que los porcentajes del precio final de la entrada se reparten entre las distribuidoras y el local en sí con un 60 por ciento para los primeros y un 40 por ciento para los segundos durante la primera semana (quitando impuestos). Una vez que la distribuidora emite un número de copias determinado a partir del cual se lleva a cabo también la promoción de la película, ese porcentaje puede variar (siempre al alza) dejando al cine en cuestión con unos beneficios casi mínimos.
La pregunta que surge es la evidente: si esto se ha hecho desde siempre, ¿por qué las películas en 3D son tan caras? De la Fuente nos resuelve la duda: la distribuidora cobra más al cine y la inversión de éste en la nueva tecnología es mucho más fuerte. Además, señala, “algunas distribuidoras no cobran por porcentaje, sino hasta 3,75 euros por espectador, independientemente del precio de la entrada. Con el cine en 3D esta cifra base asciende a 4,90 euros”. Estas declaraciones fueron tomadas en un momento en que el cine 3D valía 8,50 euros en los cines Roxy y Mantería, y 7,50 euros el Día del Espectador. Con las exigencias de esta distribuidora en concreto (que de la Fuente se niega a revelar) los beneficios finales para el local son inferiores a los que cualquier espectador podría imaginar, mientras que para ellos se mantiene la sensación de estar pagando demasiado por un servicio que no lo merece.
El estudio de Berkeley: el 3D como tecnología perniciosa para la salud

En la Red circulan numerosos estudios sobre cómo funciona el 3D y cómo imita el mecanismo del ojo humano, qué tipos de 3D existen, etcétera. En Culturatic intentamos resumiros en un lenguaje profano todas estas cuestiones.
Si bien en el ser humano nuestros dos ojos proyectan dos imágenes diferentes que posteriormente el cerebro mezcla para darnos sensación de profundidad (convergiéndolas en una sola imagen), el cine en 3D proyecta dos imágenes diferentes para que cada una sea captada por un ojo. Para conseguir un efecto más convincente la luz se debe polarizar, y para esto sirven las gafas.
La polarización de la luz consiste en modificar los rayos luminosos a través de los dos procesos físicos de la luz por excelencia: la refracción y la reflexión. Si bien el proceso de reflexión es el más habitual en el que vemos algo iluminado sobre cualquier superficie opaca, la refracción es algo más difícil de explicar. Digamos que consiste en hacer que cambie de dirección el rayo de luz que pasa oblicuamente de un medio a otro de diferente densidad, como por ejemplo el efecto óptico que produce el sumergir un palo en el agua con una inclinación determinada. Al introducir el palo en el líquido elemento vemos cómo la parte sumergida tiene una inclinación más pronunciada que la que nosotros le estamos dando, y en consecuencia se revela ante nuestros ojos una ilusión óptica que muestra a un palo roto (o torcido) justo a la altura que distingue la parte húmeda de la seca.
Este proceso biológico/físico es el que busca imitar un poco el cine 3D, pero con una pequeña lacra: hasta el momento existían dos tipos de cine en tres dimensiones; los proyectores preparados para emitir películas ya grabadas con estas técnicas y los que convertían una cinta grabada en dos dimensiones para proyectarla en tres. Desde siempre se ha dicho que únicamente este segundo método resultaba pernicioso para la salud, pero ahora un nuevo estudio desde la Universidad de Berkeley demuestra que también la primera técnica puede ser perjudicial para el espectador.
El experimento, llevado a cabo por el profesor de Optometría Martin S. Banks, concluye que la exposición prolongada ante una pantalla con 3D “tiene efectos contraproducentes tanto para los ojos como para el cerebro, debido a que el globo ocular debe ajustarse constantemente a la pantalla y a la tercera dimensión”, en un término llamado “vergence-accomodation” y que aún no tiene su equivalente científico oficial en español (una traducción aproximada sería “adaptación de la convergencia”).
Los ojos tienen que adaptarse a la distancia a la que está la pantalla, esto es, de donde viene la luz; y al tiempo deben converger a la distancia del contenido que puede estar delante o detrás de esa misma pantalla”, continúa explicando Banks. Las molestias derivadas de este confuso enfocar al que sometemos a nuestros ojos se traducen en fatigas y dolores de cabeza para el espectador, que pese a todo son más notables ante las pequeñas pantallas, como ha demostrado el escaso éxito de las pequeñas consolas en su salto a las pantallas en tres dimensiones.
Mientras el 3D tal y como lo conocemos hoy colea y algunas empresas siguen apostando por estas tecnologías, la innovación avanza implacable y se añaden nuevos métodos de conseguir mejores efectos de inmersión en la pantalla. El fulldome es un buen ejemplo de ello, al igual que la cada vez más anticipada televisión en 3D sin gafas, que cuenta con una técnica a la que le queda aún mucho por madurar, pero que se basaría en el empleo de microlentes incrustadas en la pantalla de nuestro televisor que emitirían dos rayos de luz con ángulos distintos. El camino del progreso se irá definiendo cada vez más (y mejor) conforme avance el no menos imparable fluir del tiempo.

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