Redlato: capítulo 8

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Redlato: capítulo 8

Ya podéis participar en la continuación del capítulo 8 del Redlato:

Apenas fueron suficientes cuatro zancadas para que el padre de Pirelli se plantara en el claustro y se diera cuenta de que, para las allí presentes, los minutos de Durruti en este mundo estaban contados. No hacía falta preguntar nada. Los rostros albos y repetidos de las hermanas no podían disimular sus deseos de ver cuanto antes al cerdo sobre la mesa matancera, altar pagano que con las primeras luces de la aurora habían rescatado del desuso y el olvido en el que yacía en la bodega del convento. Tentadas por aquellas carnes, acaso las únicas ante las que podían flaquear sin miedo a cometer pecado de lujuria –nadie pecaba entonces de gula-, bajo el ceñido griñón las religiosas más veían ya los embutidos secando que las carnes vivas del cerdo, más los jamones y las paletillas que las patas ágiles del marrano. Por ver veían hasta más tocino que magro, que dadas las necesidades y penurias de la época no dejaba de ser una bendición. Así las cosas, y dando ya Martín por perdido al cerdo, antes de asomarse al patio, dijo para sí entre dientes: Durruti, con la Iglesia hemos topado. Pero aún no había acabado la frase cuando llegó a sus oídos la voz ronca de un hombre:

-Vamos bonito, ven aquí, vamos, ven aquí bonito.

Y allí estaban: Durruti en una esquina del patio con la mirada clavada en el hombre de la voz ronca, dispuesto a embestir; la Madre Superiora y Sor Genoveva con el monjil remangado, no se sabe bien si dispuestas a huir o también a embestir; y Pascual, el hombre de la voz ronca, aguantando la mirada del ahora retador Durruti y blandiendo un brillante, largo y fino cuchillo mientras dice:

-Vamos bonito, vamos, ven aquí bonito, que me cago en…

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