Redlato: capítulo 13

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Redlato: capítulo 13

Aquí va el capítulo 13 del Redlato:

Como es obvio, Durruti no contestó a la llamada. Bastante tenía con meter su corpachón en uno de los recovecos de la cueva escondida tras la pequeña cascada que surtía de agua al estanque. No podía haber elegido mejor, porque de avanzar un poco más hacia el pequeño lago artificial habría organizado un revuelo de patos y pájaros que le habría delatado. En aquel escondrijo se quedó durante un buen rato, sin mover siquiera el hocico, mientras a lo lejos se escuchaban las voces de los dos mecánicos.

Pascual y Martín caminaban uno junto al otro adentrándose en el laberinto de caminos de tierra. Iban de lado, con una oreja adelantando el paso, como si así quisieran escuchar unos metros más allá, anticipándose. Era inútil. Todo lo que consiguieron fue oír el leve rumor de los pavos reales moviéndose entre los árboles y algún que otro sonido procedente de las pajareras del Campo Grande. Y así siguieron, con paso sigiloso y atento, hasta que un tumulto inoportuno les hizo volver la cabeza. El secretario del Obispo y las tres monjas, todos con los faldones en ristre, habían seguido sus pasos a la carrera y ahora, colorados y sudorosos por el esfuerzo, iniciaban la búsqueda del huidizo gorrino. Por fortuna para Durruti, eligieron tirar hacia su izquierda desde la Puerta del Príncipe, camino de la Pérgola donde en las tardes veraniegas se solazaban sus paisanos, baile va, baile viene, mientras los chiquillos correteaban de un lado a otro.

El cochino, para entonces, se temía que era cuestión de tiempo que le dieran caza, y sus ojitos parecieron volverse más vivarachos. Su deseada cabeza había urdido un nuevo plan.

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