A vueltas con la calidad de los contenidos web

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A vueltas con la calidad de los contenidos web

Estás de vacaciones en el extranjero. Pongamos en Francia, por las Landas, y ajustando más aún, en un pequeño pueblo costero, Mimizan. (Por supuesto, todo parecido con la realidad es casual). Subes un poco al norte, para evitar la lluvia que en Mimizan ‘alivia’ el solete que has dejado en España y te paras a tomar un café en un bar cualquiera de, pongamos, Arcachon (todo ficticio). El camarero te ve abrir el portátil e inmediatamente te informa de que la clave para entrar en Internet con el wifi gratuito del local es AAAA (la contraseña sí es una verdad a medias).

Empiezas a estar gratamente sorprendido, porque en el camping también hay wifi, aunque en ese caso de pago. Y, para empezar, decides buscar una página que te diga qué tiempo hará la próxima semana por Aquitania. La primera que encuentras (por tanto, muy buen posicionamiento), te permite ajustar incluso por zonas concretas, así que tecleas Mimizan directamente, con el pensamiento puesto en las bicis de alquiler del camping y los carriles verdes que has visto por todas partes, entre bosques de pinos y robles. Compruebas con alegría que en los siguientes días las posibilidades de lluvia son del 35 por ciento para abajo (casi nulas), aunque con nubes. Es decir, perfecto para ir de excursión dando pedales. Tu suegro te informa por SMS de que al día siguiente va a llover, aunque no te dice dónde ha mirado él la previsión.

Llegas de nuevo al camping, te metes en la tienda y durante la noche te cae la del pulpo, centellas, rayos y truenos incluidos. ¡¿Qué ha pasado?!  Empiezan las preguntas. ¿No iba a hacer buen tiempo? ¿De dónde ha sacado los datos esa maldita página? ¿Es que no hay una fuente oficial de información meteorológica de la que beben estos servicios? ¿Se lo habrán inventado, como cuando en mis tiempos de prácticas me tocaba inventarme el horóscopo del periódico de mi pueblo? ¿Permiten un nivel de ajuste que, en realidad, tiene un margen de error enorme?

Pagar o no pagar

Y llegas a la desazonadora conclusión de que por muy buena infraestructura técnica que exista, no sirve de nada si no va acompañada de calidad en los contenidos, piensas de nuevo en la cantidad de ruido que hay en Internet y te convences de que, por un módico precio, habrías estado dispuesto a pagar por obtener una información del tiempo fiable para los días siguientes.

Ahora bien: ¿cómo saber si, aun la que pagas, es fiable? Ello depende más de la percepción de los usuarios, de sus conclusiones tras sus experiencias con determinada web, que del hecho de que el medio (periódico, portal, blog…) lo diga de sí mismo. Existen plataformas que ya parten con ventaja, como las versiones online de los medios tradicionales. Ya tienen lectores (miles), tienen su público fiel. Otros deben abrirse su propio camino. Pero el recorrido, al final, es muy parecido: ese en el que los usuarios confían en la información de un sitio determinado.

Y aquí es donde de nuevo surge la duda del contenido. Ya que es tan fiable (es de calidad), ¿cabría cobrarlo? Los medios de comunicación tradicionales han seguido varios tipos de estrategia para poder repartir dividendos al final de cada ejercicio. Tienen vocación de servicio a la comunidad –es lo que los hace tan especiales- pero no dejan de ser empresas con ánimo de lucro. Sea cual sea su modelo de negocio, sin embargo, la fuente de ingresos principal de radios, televisiones y prensa impresa es la venta de espacios publicitarios. No se puede olvidar que con lo que el lector paga por el periódico del domingo no cubre ni siquiera los gastos de papel del ejemplar que llega a sus manos.  Pero tampoco podemos dejar de lado que, al menos en España, por alguna extraña razón psicológica le damos más valor a lo que tenemos que pagar, aunque tenga un precio simbólico (o casi, según los casos).

 Nuevas fórmulas de negocio

¿Los usuarios estarían dispuestos a pagar por información fiable sobre las Landas? Tal vez por la noticia del día no, pero quizá sí por saber si al día siguiente puede irse a hacer una excursión en bicicleta sin volver calado a una tienda de campaña, o por un reportaje que le diera vida a los tan visuales como escuetos trípticos de las oficinas de información turística. Quizá sí cuando la información es un servicio, y en la medida en que es un servicio, independientemente de que tenga que ver con ocio o con la satisfacción de necesidades básicas. Es decir, el precio, en este caso, debería servir para separar el grano de la paja, los contenidos de calidad del ruido.

Quedarían por concretar flecos, como si ese precio debería ser simbólico y estar complementado con otras fuentes de ingresos; o cómo evitar que se haga pasar ruido por contenido de calidad (la tradicional piedra envuelta en papel de caramelo); o cómo lograr ingresos por contenidos de calidad pero minoritarios sin desplumar al usuario… Demasiadas incógnitas, pero muchas de ellas tendrán que resolverse más pronto que tarde en un mundo en pleno cambio en el que las recetas clásicas necesitan una vuelta y media para no quedarse pegadas a la cazuela.

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