Redlato: capítulos 19 y 20

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Redlato: capítulos 19 y 20

Permitidnos que transcribamos hoy dos capítulos seguidos del Redlato: el 19 y el 20.

Pascual tomó el suyo, el de Martín y otro de regalo. Sus ojos pasaron del rojo irascible a la mirada multicolor salpicada de chiribitas. Su verborrea etílica alimentaba la expectación de don Miguel, que no perdía ripio de las andanzas nocturnas en busca del cerdo.

– Y aquí, el botarate de Martín, mi compañero, que no se le ocurre otra cosa que llevarle a un convento … – expresaba con vehemencia descontrolada, exagerando los gestos.

Pasó a relatar las vivencias con el aquelarre de monjas, las carreras sin tregua de Durruti, los borrachos de la estación, el marrano escabullido en el Campo Grande.

– No, eso no es verdad, se lo está inventando. Que me quiere usted tomar el pelo, amigo mío.- carcajeaba don Miguel, regocijándose con la epopeya del mecánico, cada vez más crecido en su papel de cronista.

Martín apenas ni asentía a lo que Pascual estaba contando, pese a que éste buscaba a cada instante su corroboración. Hacía unos minutos que el muchacho andaba de nuevo embrujado por el iris azulado de la joven Cristina. Ella tampoco participaba, ni en la conversación de los dos hombres, ni por indecisión, en el silencio del padre de Pirelli, arrebolado ante su belleza.

En el umbral de la tasca, Durruti daba cuenta de unos chuscos de pan que don Miguel atentamente había solicitado al tabernero, y la Fita husmeaba zalamera al cochino como si de un semejante se tratara.

– Si me dejan, le rebano el cuello al Martín, al cochino y al secretario del obispo … – desvariaba entre estruendosas risotadas Pascual.

Tal era el bullicio que estaba provocando, merced a la borrachera de carajillo y la liberación del pesado traje de matachín, que no escucharon los ladridos reiterados y reclamantes de la perrita grifona.

Apuró el contenido del vaso de un solo trago y salió en busca de la perra. Sus ladridos aumentaban de intensidad y no parecía que tuviera intención de calmarse. No era un animal nervioso, por lo que la escandalera que acababa de montar en la tasca escapaba del entendimiento de Don Miguel. Durante sus jornadas de caza la perra sí mostraba un carácter aguerrido e impetuoso que quedaba inmediatamente apaciguado cuando regresaba a la ciudad.

El espectáculo que ofrecía en ese momento la Fita provocaba las carcajadas de un puñado de paseantes que en ese momento rodeaban el Campo Grande en dirección a la calle Santiago. Completamente desencajada, brincaba alrededor del mansurrón de Durruti con la intención de alejar del cochino a un desconocido que intentaba echarle la mano al cuello.

-Ven aquí Durruti, que si estos dos desgraciados no han podido contigo ya sabré yo cómo tratarte.

Pascual y Martín ya se habían apresurado al exterior para contemplar la sorprendente aparición en escena de un tercer miembro de Carrocerías Molina.

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