Redlato: capítulo 7

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Redlato: capítulo 7

Ya tenemos el capítulo 7 del Redlato. Recordad que podéis proponer continuaciones, a través de los comentarios al post, desde ahora mismo hasta las 8:00 de mañana, día 6 de abril.  Si aún no sabes cómo funciona este proyecto, consulta las bases y echa un vistazo al procedimiento.

No tardó Durruti en recuperar su gracejo. Accedieron al claustro por la galería este y Durruti corrió raudo al patio ajardinado. Poco le importó la escarcha que comenzaba a posarse sobre los hierbajos, propia del relente de aquella noche rasa de plenilunio, reflejada en toda su grandiosidad en las aguas reposadas del pozo.

Allí dejaron al bueno de Durruti manducando, mientras Sor Virtudes indicaba a Martín el camino hacia la capilla, al fondo del panda norte. Martín entró cauto en el oratorio, envuelto en un silencio sepulcral y tenuemente iluminado. Minutos después apareció Sor Virtudes con un par de mantas en la mano, luego la fría estancia se hallaba en el extremo opuesto al calefactorio.

– Duerme tranquilo, mañana aclararemos el entuerto.

Las palabras de Sor Virtudes, lejos de apaciguarle, le inquietaron empero. Martín no lograba conciliar el sueño. Se sentía sobrecogido ante la presencia de las imágenes del retablo, acurrucado debajo del altar. Además no dejaba de pensar cómo hallaría la manera de averiguar lo que la Madre Superiora y la hermana confitera se traían entre manos. No podía pegar ojo, atento a cualquier posible ruido que proviniese del patio. Estaba aterido, pese al refugio de las mantas, acrecentado por la preocupación que sentía por Durruti. No cerraría los ojos, inseguro de no encontrar a su preciado amigo una vez que los abriese. Pese a su resistencia, poco a poco la somnolencia le fue venciendo, entregando al muchacho a los brazos de Morfeo.

En el duermevela, a Martín se le aparecieron jamones tratando de esquivar a orondas religiosas en denodado esfuerzo, desfile marcial de cerdos mutilados marchando sobre muletas, a Pascual con pezuñas y apéndice rizado …

Clareaba la mañana del domingo cuando Martín despertó sobresaltado, alarmado por un escalofriante gañido que provenía del claustro.

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