Redlato: capítulo 5

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Redlato: capítulo 5

Os dejamos con el capítulo cinco del Redlato:

Acompañando a la voz, una figura enjuta, de manos nervudas y ojos sobresaliendo de las cuencas hizo acto de presencia en el vestíbulo. A su tono ronco le siguió el silencio más absoluto, incluido el de Durruti, que no osaba ni siquiera respirar. Ese esqueleto recubierto de piel y hábito era, efectivamente, la Madre Superiora, que miraba con desprecio al cerdo, con ira al intruso y con un interrogante a Sor Virtudes. Todo ello con esos ojos negros que remataban su aspecto cadavérico.

-Verá, Madre… -balbuceó Martín.

-Lo siento muchísimo, Madre -intervino Sor Virtudes, cortando el discurso de su sobrino con un tirón de manga muy efectivo.- Es mi sobrino, Martín. Sin duda debe haber una explicación para esto, ¿no deberíamos primero escucharle? No resulta habitual, desde luego, que un hombre y un cerdo llamen a las puertas de un convento a estas horas, así que deduzco que habrá una buena causa para ello.

La Madre Superiora, apenas un metro y medio de estatura pero con una presencia que cuajaba el aliento en el aire, apretó los labios. Diríase que iba a proferir un “¡Fuera de aquí!” que haría correr a Durruti hasta dejarse la grasa en el esfuerzo, pero en lugar de eso algo ocurrió. Una monja regordeta, de mofletes sonrosados y nariz respingona y echada para atrás, de asombroso parecido, visto así, con el gorrino que la observaba, se acercó a la Superiora. Tímidamente, le susurró algo al oído. La Madre Superiora relajó los labios e inclinó la cabeza levemente, como pidiendo más información. Y la regordeta volvió a hablarle despacio, bajito, en secreto. Mientras lo hacía, el resto de las monjas permanecía pie a tierra, sin mover una pestaña. Incluida Sor Virtudes. Y Martín, acobardado, se agachó y abrazó a Durruti por el cuello.

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