Redlato: capítulo 4

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Redlato: capítulo 4

El segundo golpe de aldaba retumbó en las estancias en las que pernoctaban las hermanas. No era la primera vez que algún grupo de borrachos soliviantaba la paz de la congregación. Las tascas habían proliferado en el barrio al calor del peculio ferroviario. Sor Remedios abrió la portilla para cerciorarse de que se trataba una vez más de una gamberrada de embriaguez. Para sorpresa suya se topó con el rostro imberbe de un adolescente espigado y contrahecho, y cuya expresión facial aterrada le causó curiosidad.

– Ave María, purísima.

– Sin pecado concebida, madre. Necesito urgentemente ver a Sor Virtudes. Es un asunto familiar.
El postigo se cerró, se oyeron pasos alejarse y no se escuchó en minutos nada más que los juramentos próximos de Pascual. La aventura parecía tocar a su fin. “Durruti las tropas enemigas se ciernen sobre nosotros y la retaguardia nos ha abandonado”.

En esas estaba cuando la portilla mostró el semblante níveo de Sor Virtudes.

– Martín, ¿qué haces aquí a estas horas?

– Tía, necesito que me abras inmediatamente. Es cuestión de vida o muerte.

En todo momento el escueto ventanillo enrejado favoreció el camuflaje de Durruti, fuera del alcance de su ángulo visual. En cuanto el cerrojo quejumbró, Durruti aprovechó para colarse por el primer resquicio que le concedió el portalón, con ímpetu, no en vano la vida que estaba en juego era la suya.

Una vez dentro, asistió sorprendido a un grupo de espectadoras enfundadas en amplios camisones blancos, igualmente estupefactas ante su presencia. Sonrisas histéricas, carreras de gritos alterados.

– Este cerdo debe salir inmediatamente del convento.- conminó una voz autoritaria surgida del epicentro del alboroto.

Durruti y Martín adoptaron miméticamente y al unísono idéntica mirada conmiserativa, buscando aplacar la rudeza de corazón de la que supusieron Madre Superiora.

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