Redlato: capítulo 3

0
Compartir

Redlato: capítulo 3

Azorado por la apremiante resolución, Martín sentía como la vena de la sien le latía a ritmo vertiginoso, lo cual le imposibilitaba la fluidez de pensamiento. Para colmo Durruti comenzaba a inquietarse, emitiendo un gruñido crecientemente delatador. Caminar sin ton ni son entrañaba un tremendo riesgo, a sabiendas de topar in extremis con Pascual, bien solo, o aún peor, acompañado.

“¿Cómo no se me había ocurrido antes? Es una locura, pero es lo único a lo que aferrarnos, Durruti”

El talismán al que se refería Martín era su tía Eugenia, sor Virtudes desde hacía dieciocho años, cuando encomendó su vida, incluida la espiritual, a la obra de la devota orden de las Hermanitas de la Cruz. Las monjas no ejercían entre sus tareas diarias el curado de jamones, ni la gula de derivados porcinos se encuadraba en su saludable dieta. Dentro de los muros del convento hallarían el indulto temporal.

La trasera de Carrocerías Molina daba a la carretera de Segovia. Bastaba con cruzar la plaza del Carmen, atravesar la calle de Embajadores y llegar hasta la calle del Arca Real. El trayecto no era complicado.

Bastaron un par de pasos para sentirse defraudado por su quimérica intuición. Durruti sufrió un arrebato de libertad, dueño de un universo que descubrir más allá de las aceitosas paredes del taller. Aquellos trescientos metros se convirtieron en una peregrinación y los escasos quince minutos se antojaron eternos.

Martín asió el picaporte con mano trémula, temeroso del castigo divino por importunar a tan intempestivas horas a sus fervientes servidoras. Ningún murmullo al otro lado, ni atisbo de movimiento. Los gritos de Pascual a lo lejos detonaron que el segundo aldabonazo fuese estrepitoso, presa del pánico. Si no se abría ipso facto aquel postigo la fuga resultaría frustrantemente efímera.

Related Posts

Los comentarios están deshabitados