Redlato: capítulo 14

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Redlato: capítulo 14

El capítulo 14 del redlato está en un punto de tensión:

Durruti sabía que debía entregarse. No tardaría en convertirse en longanizas y tocinos si seguía dando tumbos sin rumbo fijo por el parque. Además las patas le dolían una barbaridad tras la maratón de las últimas horas y para colmo sus tripas celebraban cada minuto de ayuno con un nuevo rugido de protesta. Pronto se encontró añorando el sabor del papel de periódico que solía mordisquear en Carrocerías Molina cuando faltaban manjares más suculentos que llevarse a las fauces. Cualquier cosa le hubiera sabido a deliciosa trufa en aquel instante.

Estaba decidido a llegar a viejo en este mundo hostil y para ello tenía que renunciar a la libertad y encomendarse a la única persona que había demostrado tener más grande el corazón que el estómago.

Salió de su escondrijo y elevó los morros buscando olores que indicaran el paradero de Martín. Arrugó disgustado sus hocicos al percibir un leve tufo a incienso pero le embargó la alegría al reconocer el familiar aroma de los caramelos que su amigo le había obsequiado durante la precipitada huida.

Atravesó raudo el Campo Grande, trazando una línea recta en pos de la dulce esencia y la sorpresa fue mayúscula al descubrir que se encontraba frente a una bella vallisoletana que se regocijaba en la lectura de un libro sentada en un banco del parque. A su costado reposaba el objeto de la confusión, la bolsa de caramelos de la plaza del Carmen.

La chica apartó el libro y contempló risueña al cerdito. Durruti se acercó y resopló sobre la bolsa de caramelos. Ella extrajo uno, cuya dulzura lanzó sus sentidos en un sublime viaje hacia la autocomplacencia. Tal era el gozo de Durruti que no se percató de las figuras que se aproximaban por el sendero de tierra en su dirección.

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